viernes, octubre 27, 2006

Episodio XVII

En el que el narrador es poco más que una sonrisa a la espera de una buena razón.

Me apeo del tranvía, y este no tarda más que un segundo en arrancar de nuevo, como liberado de alguna carga vergonzante. Echo a caminar calle abajo, hacia el albergue.
No eres más que una imitación grosera del hombre que eras hace sólo un instante.
Le hace pensar a uno.
Soledad es el eco de tus pasos bajo el puente por el que pasa el tranvía, de noche. Soledad es el olor a orina o que ese grafiti escrito en el cemento está en un idioma que no conoces.
Puede ser, sólo puede ser, que Gleidingen sea una manifestación física de la soledad. Gleidingen es el pueblo en la periferia de Hannover donde viví, donde hay una casa vacía donde vivía una familia que solía conocer. Gleidingen es el pueblo donde aprendí alemán, donde fui por primera vez a un concierto. He regresado a Gleidingen para ver si Gleidingen me recordaba. Y no me recuerda.
Soledad es entrar en una tienda y no saber si las risas son por ti o por otra cosa, es alisarse el jersey nerviosamente mientras tartamudeas. Soledad es procurar sonreír y que te dejen todos tranquilo de una vez.
Habrá quien diga que estos no son las mejores ideas que tener estando solo en un país extranjero. Por eso pienso que es mejor viajar solo, y si la conversación fluye con más dificultad que se joda. No es como si estuviera haciendo este viaje por placer. Hago este viaje porque alguien ha de hacerlo.
A lo lejos oigo los helicópteros de los bomberos, zumbando frenéticos en la noche, navegando con dificultad entre las pavesas que llenan el ambiente.
En Gleidingen hay toda clase de pintadas, los muchachos del lugar se entretienen con eso y con los porros. Fui un muchacho aquí, como ya he dicho, en cierta medida sigo siendo un muchacho aquí, cubierto por la arena del tiempo sigo bajo su superficie jugando y corriendo para no perder el tranvía de las siete de la mañana. Hay una pintada mía incluso, junto a la vía que lleva hasta Sarstedt, donde termina la línea uno de tranvía. Ya no está, pero para mí sigue estando allí, nunca he vuelto a hacer una pintada.
Era mi forma de hacerlos sentir amenazados, supongo.
Me detengo donde Gleidingen termina, tras comprobar alborozado que no ha crecido en todo este tiempo. Gleidingen ha tenido la decencia de no haberse movido ni un milímetro del sitio, de no haber cambiado ni un ladrillo. Por eso hoy Gleidingen permanece en pie. Me solazo en ese cruce, donde esperé tantas veces el autobús, donde me detuve tantas veces antes de recorrer la calle que lleva a la casa que fue una vez mi casa. Me solazo, decía, en plena noche, bajo un resplandor anaranjado.
Porque en el horizonte, Hannover está ardiendo.
Es su castigo, por haberme fallado tan completamente. No hay ninguna otra explicación que dar.

domingo, octubre 15, 2006

Episodio XVI

En el que el narrador trenza un mensaje que nadie desconoce.

Lo que diga no tiene importancia alguna. Tiene importancia el cómo yo lo diga. Así son la métrica y el ritmo, existan o no, los que imprimen o arrebatan la relevancia al texto.

Si este párrafo no tiene ritmo cuando acabe de leerse, un cierto eco en la mente, una cierta inclinación en las ideas, entonces será un párrafo que habré desperdiciado.

Así, puedo decir que en la base del razonamiento no yace razonamiento alguno. Que en su cimentación no hay rastro de las elaboradas figuras que adornan su cima. Puedo decir que el razonamiento se transustancia en algún lugar que no me es posible definir, aunque lo haya intentado. Puedo decir todo eso y que no me entendáis, o que creáis no entenderme.

Puedo barajar las palabras y exponer esas frases sobre el tapete, lentamente, más lento no lo puedo hacer. Y cuando hayáis leído sé que levantaréis la mirada, porque siempre levantáis la mirada, y me diréis que habéis visto el truco. Pero no sabréis exactamente donde está. Me pediréis que lo repita. Puedo repetirlo. Tengo toda mi confianza puesta en que fracasaréis.

Este párrafo o ése, pensadlo, puede ser el párrafo que justifique todo el resto de la narración. No dejéis que se os escurra su significado, o será todo en vano. Igual que en la vida: Este instante puede ser el instante que justifica todos los demás instantes, como la clave de un arco. Concededle un segundo a esa idea, aunque sea una idea que no se parece al resto de ideas que habéis asimilado. No lo habéis hecho, pero no pasa nada. Os doy otra oportunidad para ignorarme, supongo que más adelante expresaré el concepto con mayor cuidado.

El relato, llamadlo como os plazca, ha nacido de la necesidad de expresar un fracaso. No un fracaso cualquiera, sino el definitivo. Se trata, al fin, de ver si sois capaces de asimilar la dimensión que tendría este fracaso, si contemplarais el final de la vida, igual que dentro de poco contemplaréis el final de este relato, y os dierais cuenta de que su significado, su historia o su mensaje, os han pasado del todo desapercibidos. Lo acabo de hacer otra vez, creo que esta vez tampoco lo habéis visto. Lo cual es una pena por partida doble, porque asistíais al último párrafo propiamente dicho de esta historia.

La cual, como la vida, termina de manera inesperada. Pero está completa, su misión cumplida.

No importa si no habéis entendido, importa que lo he tratado de decir.

Y en esto se parece también un poco a la vida.

domingo, septiembre 24, 2006

Episodio XV

En el que el narrador es una última y humillante alternativa.

La idea principal es que en esta escena pueden haber varias otras escenas escondidas o latentes.
Del mismo modo que en esa idea principal pueden haber varias otras ideas escondidas o latentes.

No comienza de una forma muy esperanzadora.

Su pelo es gris y es liso, y la condensación en el cristal lo riza y lo perla cuando ella acerca el rostro a la ventana. Hecha un ovillo, Mistral no aparenta más de una veintena. Solloza y tiembla en el compartimento, un animal hermoso que alguien ha dibujado en este contraluz. Algo tienen las mujeres que lloran.

No está sola, pero mi presencia en este momento no tiene relevancia. Quizá mi presencia previa o posterior sí incidan de alguna forma en esta historia. Mi presencia, en ese sentido, quizá engendrará otras escenas que están ahora latentes.
En la escena principal, por otro lado, Mistral está llorando. Llora desde que salimos de Madrid. Creo, mientras la observo en esta luz, otra vez gris, que la ilumina, que llorará hasta nuestra llegada si no se duerme antes. Fuera diluvia y atardece.

No he tenido mucho donde elegir hasta este punto del relato. Dos billetes sobre la mesa, Mistral con un cigarro y un café terminado, cruzadas las piernas en el bar de la estación. Una de esas miradas en que mujeres como Mistral saben que pueden empeñar su destino. Mi objetivo inicial era distinto, pienso resignado algo más tarde, en el andén sobre el que aún no ha empezado a llover. He aquí dos escenas que ocultaba esa sencilla estampa inicial, la de Mistral llorando.

Mi objetivo inicial era distinto, pienso de nuevo ahora, volviendo a esta mujer que llora y odia, sola en su rabia, cuyo motivo no conozco todavía. Ya que hablamos de desconocimientos, Mistral no es su nombre verdadero, aunque es el único nombre suyo que conozco. Otra escena evidente, aunque futura, es Mistral revelándome este importante dato. Sé que en esa escena uno de los dos empuña una pistola.

Esa escena no podré escribirla solo.

Se descalzó cuando entramos en el compartimento, porque está enmoquetado. Esa es una tercera y trivial escena incluida en la otra. Lo pienso mientras miro sus pequeños pies blancos sobre el sillón azul. Otra escena implícita: Mistral quitándose la capucha del impermeable, revelando la onda gris del pelo cayendo blandamente contra el cuello. Mira de nuevo el teléfono móvil, atónita, furiosa. Por un momento cuaja y convence la idea de que Mistral tiene solamente veinte años. Luego se desvanece la impresión, queda ese eco que hay siempre junto a ella, el eco de lo que no es del todo natural.

La primera vez que oí su voz me viene a la cabeza, viéndola guardar de nuevo el celular en la mochila, pero el ruido de la cremallera me devuelve al presente. Las luces de la ciudad, esta ciudad desproporcionada, devuelven ecos coloreados de su cara, ocultando cada vez algunas facetas, proyectando sombras variables de su nariz, sus cejas o su boca.

A medida que el tren se aleja del centro de Madrid disminuye la iluminación en el compartimento. Ninguno de los dos encendemos la luz, y poco a poco Mistral va diluyéndose en su sombra. Pasa a ser una ausencia, delatada tan solo por un roce ocasional cuando la remueve, está aún furiosa pero ya más calmada, alguna respiración entrecortada.

Me duermo antes que ella. La última escena que acechaba en esa imagen suya junto a la ventana es esta que intuyo ahora entre sueños. La más preciada y la definitiva, cuando Mistral se sienta a mi lado, coge mi brazo, se lo echa por encima y se acurruca a dormir bajo mi abrigo, cálido el pecho y heladas las manos que apoya contra mí.

Finaliza, sin embargo, de manera vagamente hermosa.

miércoles, septiembre 20, 2006

Episodio XIV

Contra el que el narrador nada puede hacer sin dañarse a sí mismo.


"...En su cimentación, un émpata no es más que un escritor. Todo el resto es o bien simbología, o bien simple cosmética

Hay a quien le cuesta entender esta idea, pero es sencilla. Además, para encajar la función y la finalidad del émpata es vital comprenderla.
Es un escritor porque todo lo que hace el émpata, aunque lo haga rayando en una peligrosa perfección, es elaborar una simulación de un personaje. Es decir, toma una serie de reglas básicas, y a través de ellas prevé, analiza y contrasta lo que hace un sujeto dado, comparando con su modelo constantemente. La forma exacta en que consigue esto es material de cierta profundidad técnica, y el objeto de este artículo es la divulgación de la naturaleza del émpata más que su disección..."

"...En cualquier caso puede asemejarse un émpata a un escritor y decirse que su cimentación es la misma, no sólo en el nivel funcional sino en el histórico también. El proceso inicial de evaluación de los sujetos que usan los émpatas es la regla de las tres preguntas, que lleva usándose infinidad de tiempo por autores de todo el mundo para esbozar las personalidades presentes en sus obras.

La Regla de las Tres Preguntas, tal como la usa el émpata, reza como sigue:

"Sea un sujeto, averígüese, para conocerlo, la respuesta a estas tres preguntas:

¿Que necesita?
¿Que busca?
¿Que consigue?"

Esas tres preguntas forman, y aquí la Empatía enlaza con su segunda raíz principal, el análisis geométrico de la personalidad, desarrollado a mediados de siglo, un triángulo motivacional. De hecho puede decirse que la regla de las tres preguntas, que se deriva de los primeros axiomas de dicha ciencia, llevaba ahí mucho tiempo, como la punta del inmenso iceberg que es esta extraña rama de la hoy extinta psicología. Pero me desvío.

A grandes rasgos, para no introducir muchos más tecnicismos, un triángulo motivacional puede ser cerrado o abierto y dentro de estar abierto, puede estarlo más o menos. Se dice de un triángulo que es cerrado si un individuo busca lo que necesita y consigue lo que necesita. Un triángulo es abierto si no hay correspondencia entre las tres preguntas, y es en ese gran abanico de aperturas donde se encuadran la mayoría de seres humanos.

Del grado de discrepancia entre las respuestas a las preguntas se sabe como de abierto es el triángulo motivacional del sujeto. Puede ir desde un triángulo cuasicerrado hasta una así denominada linea plana, donde las tres preguntas trazan una evolución tal que el sujeto termina por obtener lo contrario de lo que necesita, ahondando así su necesidad. Esta última figura suele presentarse en personalidades patológicas, si bien no se puede usar el triángulo para diagnosticar enfermedad mental alguna sin más pruebas.

El segundo análisis que realiza el émpata es el contraste entre lo que responde el émpata como observador exterior a esas tres preguntas y lo que responde el propio sujeto. Obviamente, ninguna de las dos percepciones es objetiva, pero la proyección de ambas en el espacio de personalidad es la rudimentaria visión que tiene el émpata del sujeto a simular. Esta primera proyección es el esbozo del modelo personal del sujeto, que suele representarse técnicamente como una poliedro, abierto o cerrado, con más caras en función de la edad del sujeto, y generalmente más regular cuanto más haya avanzado éste en su introspección. Sobre este primer modelo es sobre lo que el émpata comenzará a introducir los matices necesarios para una simulación perfecta.

La utilidad de esto es evidente. Ha quedado probado más allá de toda duda, en experimentos repetibles, que el modelo de un émpata puede incluso sustituir al original a la hora de tomar decisiones complejas o de afrontar realidades traumáticas, y proporciona una excelente herramienta para tratarlo en situaciones de gran estrés, al conocer de antemano con cierta precisión como será su reacción.

Por supuesto, la consecuencia inmediata es que la psicología tradicional queda obsoleta ante esta nueva forma de tratamiento de las antaño llamadas enfermedades del alma..."

martes, septiembre 19, 2006

Episodio XIII

En el que el narrador se debate pero no se zafa.

El sueño nunca es igual, pero paradójicamente es siempre el mismo.

Eso ha dicho el émpata. O la émpata.

Hace dos noches, por ejemplo, soñé que era un caudillo. Soñé una soledad inmensa que culminaba en una lanza de cristal que yo llevaba. Soñé que era un líder, general de un millar de combatientes, un millar de figuras de fibra de vidrio. Mi culminación y mi leyenda se fraguaban, recuerdo bien la cifra, en menos de treinta y cinco milisegundos. Era un guerrero de las líneas y los datos, soñaba, luchaba una guerra inaudible e inaudita.

Así lo interpretó el émpata, o la émpata, a la mañana siguiente. Lloramos amargamente durante todo un día.

También, hace semanas, soñé que tenía un velo, y en un templo se reunían acólitos cuyo número era finito pero secreto. Y en este templo yo era venerado, cubierto como estaba con un velo, la imagen sigue siendo nítida. No había sacerdotes de ninguna clase, sólo peregrinos que presentaban ofrendas en llamas, y algunos, temerarios, levantaban el velo que cubría el rostro de su dios. Y yo los mataba, los mataba a millares y mi risa llenaba la explanada. Pero seguían viniendo.

No se lo conté al émpata, pero él o ella lo notó, y no pronunció palabra hasta la tarde.

Hace unos meses soñé, nunca sé bien cuando pasan los sueños, pero creo que fue hace sólo unos meses. Soñé que había una mujer que yo no conocía. Soñé que soñaba con una mujer que yo no conocía, o quizá soñé que soñaba haber soñado con una mujer, insisto, a quien no conocía. Pero pienso, o pensaba, que este sueño era un lugar secreto y privado. Así que para proteger a la mujer en alguna de las posibles líneas temporales borré el resto del sueño de mi mente, salvo el nombre, y el rostro, el cual, ya digo, me era desconocido.

Pronuncié su nombre aquella mañana, nada más despertarme. No creo que sepa nunca si me oyeron, sospecho que sí.

Esta noche, el émpata no sabe esto todavía, soñé estar en esta misma habitación, quebrada y astillada mi lanza de cristal, cubierto mi rostro con un velo, en este edificio que convertiré en mi templo, junto a una mujer cuyo nombre es secreto, y ante mí había solamente un émpata. Un émpata interpuesto entre mi realidad y mi destino, sonreía en mi sueño, porque decía esas mismas palabras. Soñé tomar posesión de aquella realidad, también, negarlo no sirve a ningún fin, de aquella mujer. Embriagado, no supe bien que pasaba después, pero si sé con qué me había embriagado.
Con la sangre de un émpata, del mío.

Eso le diré al émpata en cuanto abra los ojos.
Quiero escucharlo, o escucharla, gritar.

domingo, julio 23, 2006

Episodio XII

En el que el narrador es canon y es dogma.

El timbre es el sonido del poder aquí.
Te enseñan a odiar ese sonido. Sé que lo habeís oído muchas veces, que se usa en todas las instancias humillantes, molestas o sacrificadas de la Academia, de modo cotidiano y constante. Ese timbre es la mayor prueba de que estamos sometidos. Lo pienso mirando el dedo del censor jugueteando sobre el pulsador mientras en el estrado al aire libre debaten dos compañeros míos.
Suena, y colectivamente la clase aprieta los dientes. Quieres pasar el examen para no tener que oír ese sonido más, ya no se trata de superación personal ni de deber patriótico. El timbre detiene a los dos alumnos que dirigen una sola mirada a púlpito desde el que se dirige a ellos el censor.
"Me duele la boca de decíroslo"
Y luego uno de esos silencios de censor después de salirse del formalismo que impera normalmente, para que cale en nosotros la impresión de que le estamos sacando de su rutina, de que tiene que ir más allá de lo que debería tolerar para adoctrinarnos.
Un silencio para que la brisa marina que se cuela por el anfiteatro prepare el terreno para una reprimenda. 'Las reprimendas en público, los premios en privado' Con eso nos cría la academia. Con rencor.
"Ha sido usted objeto de un ataque directo, aspirante, no puede usted dejar a un lado esa afirmación en esta conversación."
Otro silencio, dejas que el alumno se concentre en el hecho que quieres eliminar, si lo haces todo de un tirón el alumno no ve donde se está equivocando. Además incrementas el tiempo que está expuesto a la mofa de sus compañeros, que son unas alimañas igual que él. Así, mañana, cuando él esté a salvo en la grada podrá ser un hijo de puta con quien esté siendo corregido.
"Es un debate público, aspirante. Hay ataques que puede usted dejar a un lado, es una buena forma de conservar el impulso de un argumento, pero ante esto no puede usted hacer una caída de ojos y seguir adelante, porque deja muy claro que no tiene mucho que defender, y su oponente, si no es un inútil, necesitará sólo un par de líneas más en ese eje de discusión para desacreditarle"
El censor se vuelve al graderío, donde nos sentamos, en grupos de tres como mucho, alumnos de diversa antigüedad. Con un gesto indica, sin mirarnos, a los dos argumentantes que abandonen el estrado. Nunca se les acaban las formas de llamarnos mierda.
Mientras nos da una breve charla sobre el punto que desea dejar claro, veo al alumno que ha sido corregido echar a andar por el camino que lleva a la Academia, acompañado de un émpata, con su traje blanco contrastando contra el mar.
A veces se nos olvida que hay mar aquí.

viernes, junio 30, 2006

Episodio XI

En el que cuesta distinguir al narrador de su victoria.


Puedes volver aquí cuando estés sola.
Sabes que no podré olvidarte nunca, ese es el único dolor que puedo darte. Escuchas mi última homilía. Lees mi último relato. Saboreas mi última lección.
Puedes contar conmigo para odiarte.

(Tú no lo sabes, pero hoy es el día en que siembras en mí un final perfecto para ambos)
Ríes, te escurres bajo mi brazo que hace de barrera. Quieres decirme algo a través de la música. Quieres estar cerca, porque aunque tienes garras afiladas, sólo me puedes herir desde debajo. Soy el proverbial oso, igual que tú eres el proverbial espadachín.
(Y es tu espada una lengua de viento, y su corte un rastro de hojas alborotadas)
Me apuñalas en los ángulos muertos de mi ego. Es a través de frases como esa como puedes batirme y, como los dos lo sabemos, la pelea se zanja a esta distancia. He tratado de evitar este sitio, he procurado mantenerte a raya, alejarte con gestos y con hechos. Un león y un domador, y entremedias sólo una silla de madera. Hasta que has comprendido.
(No te temo, pero sólo porque todavía no quieres que te tema)
Con un último golpe, te tomas un respiro, tu mano tira aún de mi camisa. Un leve sorbo a la copa para darme aliento, porque disfrutas cuando te replico, porque juegas a este juego de mierda mucho mejor que yo. Los dos entendimos hace mucho que si puedo olerte no puedo hacerte daño, pago ahora el precio de aquellos besos apresurados, con mi boca a dos breves pulgadas de tu pelo. Recuerdo que sonreíste cuando te diste cuenta. Como sonríes ahora mientras las palabras me salen trastabillando de la boca.
(Palabras para hacer que flaquees. Palabras para hacer que huyas.)
Un aleteo de párpados y ya te tengo otra vez junto al oído. Esta vez no me vas a soltar, me aferras y me clavas a la madera de la barra. El bar y el mundo entero asisten a esta crucifixión que me practicas. Tu última sílaba resuena en mi oído todavía, y no puedo evitar que este dolor tan inmenso me halague, que esta corona de espinas me parezca hermosa, no puedo evitar estar agradecido.
(Ahora empuña tu lanza, Longino, y esa es la última metáfora que quiero dedicarte)
Reculas, porque quieres verme llorar antes de decir lo que ya sé que vas a decirme. Quieres que llore antes, para que esa última herida también sea insulto y sea mofa, para que sirva de escarmiento para todos los hombres. Guardas ahora un par de segundos de silencio, sirva este espacio para un último rezo por la salvación de nuestras almas, que ya te acercas otra vez a mí para vencerme, acunada en un dedo una lágrima que es una rendición.
(Sin que lo supieras, te escribí un epitafio barroco y adornado)
Te acercas y, bajo mi mano, noto el calor de tu vientre bajo el vestido. Este vestido de entre todos los vestidos posibles. Te acercas, decía, y ya dibujas con tus labios perlados de bebida una palabra que nunca podrás pronunciar, que ya nota mi mano un calor que no es el de tu vientre, y tu vientre un frío que no es el de la copa.

viernes, junio 23, 2006

Episodio X

En el que el narrador yace escondido e ignoto, sobre su escondrijo pasan incontables pies de bailarines.

"Ejercicio de Examen, prueba número uno.

El objeto del ejercicio es obtener superioridad moral sobre el contrario en un máximo de quince movimientos. Si concluídos los quince movimientos una mayoría del tribunal no aprecia una superioridad moral clara, ambos aspirantes quedarán suspensos.

El tema de la conversación es libre. El escenario será acordado por los contendientes de antemano, y aunque el género de cada personaje queda a discreción de cada cual y será secreto hasta que comience el ejercicio, ambos personajes deben tener una relación sentimental estable con una duración no menor de dos años en el momento del inicio de la conversación. El ánimo de inicio de la conversación debe ser neutro para ambas partes. Se declarará comenzado el ejercicio por acuerdo común del tribunal, sin importar la duración de la introducción. Los quince movimientos cuentan a partir de ese punto.

Siendo una ejercicio de discusión libre, están permitidos todos los recursos habituales y todas las áreas son susceptibles de ataque, salvo el uso de delitos de sangre o fiscales como apoyo o punta de argumentación, por considerarse estos de excesiva rareza. El uso de estos o similares ardides será motivo de suspensión inmediata del ejercicio.

El tribunal desea desear suerte a ambos aspirantes y confirmar su asistencia a la sala de exámenes número dos en la mañana del próximo lunes a las ocho horas."

Extraído del archivo comunitario, fecha omitida por consideraciones de seguridad.

domingo, junio 04, 2006

Episodio IX

En el que el narrador danza y se agita entre los escombros. Sobre él, un nuevo invierno llora sus primeros copos de nieve.

Él, y todos los testimonios que nos quedan de esa época lo aseveran, ya se ha convertido en el más malvado de los seres. Lo sabe, sonríe bajo la máscara mientras prosigue el baile.

Su visión del mundo ha sufrido una metamorfosis. Su forma de pensar ha sido trastocada, como la de todos sus coetáneos. Pero la suya, y así lo confirman numerosas fuentes, ya no será la misma nunca. Lo veremos en sus actos futuros, se irá haciendo más evidente su declive, su desviación.

Es otra manera, menos dulce, de decir que las cortinas se abren ya para mostrar al mundo el primer acto. En la escena, un hombre o una estatua se mira las manos, detenido en un instante indefinible. Esta imagen fija se llama Trascendencia.

( Sólo podemos hacer una reconstrucción burda del momento, porque este episodio ha quedado vedado a los ojos de la historia, como tantos otros acontecimientos clave, lo que sigue no son más que conjeturas, y como eso se las debe evaluar)

Selasi levanta la vista, clava en los ojos de un compañero aspirante su mirada gris y comprende que su colega no puede ver nada.

Sólo con su mente, Selasi les ha dejado ciegos.

Lo lee en la sonrisa que le devuelve, lo nota en la indiferencia de los que le rodean. Donde debería haber un cerco inamovible de émpatas y censores, está la animada cháchara del comedor a última hora, el entrechocar de platos y cubiertos. Donde debería estar la férrea presa que la Academia ejerce sobre las emociones de sus pupilos, hay aire para respirar. Selasi aparta los muros emocionales que en estos años le han enseñado a levantar, para hacerlo más fuerte, para hacer de él un negociador más duro, se permite a sí mismo sentir esperanza.

Y nada sucede. O más bien sucede lo inaudito, esto es, nada.

Puede asumirse que la situación se hace tan insoportable que Selasi abandona bruscamente el comedor y sale al patio, donde golpea furiosa la borrasca, donde los censores de guardia le pueden ver. Y aunque su comportamiento es analizado durante esa noche y las semanas siguientes, los émpatas no son capaces de penetrar la máscara. "Calmado, fluido en el ademán, levemente eufórico dentro de lo tolerable, no hay indicios de crisis o de manía"; puede leerse hoy el informe de la censora jefe, en el museo que se erige donde una vez estuvo la Academia.

Estas son las primera líneas de la revelación, es aquí donde la jungla se convierte en sendero. Estos son los primeros pasos que da el guía.

miércoles, mayo 24, 2006

Episodio VIII

En el que el narrador prueba el sabor de su propia ética inenarrable.


Si no he de ser historia, escojo ser palabras.
Si no puedo ser una lección, he de ser sorpresa.
Si he de escoger un verbo, quiero ser Esculpir.


Esta mañana cogiste el cuaderno, el cuaderno que lleva en blanco desde que llegaste aquí. Cogiste ese cuaderno, y escribiste en él este crimen abyecto.
Tú, que de entre todos los estudiantes eres el que mejor usa la palabra. Tú que te has batido en duelo más veces que ninguno, con la mente como florete primero y único. Tú que eres la voz más prometedora de la academia, esta mañana escogiste la pluma y no la lengua para hablar.
Sabes, porque sino habrías ocultado mejor este mensaje, que tendré que contarlo. Sabes que con esto inicias un acalorado debate y atizas un fuego peligroso. Este papel que me dejas, este mensaje que me estás dando, sentencia tu expulsión de la Academia.

Mi mirada se desvía del folio. Las habitaciones de los aspirantes se hallan en pisos elevados, cuyas ventanas alcanzan casi hasta los dentados bordes de los acantilados nororientales. Hoy la bruma no se levantará en todo el día. Los censores tendrán dificultades hoy para prenderte y llevarte ante la decana. Pero darán contigo, si no por otro motivo, porque el único edificio de esta isla es la Academia, y no es una isla grande.


Tendré que contarlo, porque lo que está en juego es mi supervivencia. Pero creo que puedo contarlo más tarde. Así que, a cambio de estas tres breves frases, yo te hago un regalo incluso más valioso.

Te regalo tres horas.

miércoles, noviembre 02, 2005

Episodio VII

En que el narrador se aleja por una llanura de pétalos azules y fragancias negras. Los seguidores adoran un becerro hecho de argamasa.


Hay una persona que nadie conoce.
Hay una voz que nadie ha escuchado todavía. Hay frases que aún no se han dicho porque no es el momento.
Hay gestos que quedan por hacer.
La mano acaricia el borde de la taza. Es una mañana hermosa de otoño. Es una mano de palma grande y de dedos cortos. Mira por la ventana, da un sorbo del té humeante.
Hay insultos que sólo él conoce, porque se los dijo esa persona, otra persona.
Hay verdades que no se atreve a decir, pero las ha escuchado. Él ya ha pensado las frases de mañana, ya ha visto esta mañana muchas veces.
Ha tenido en su mano la piedra, y la ha guardado. Otra persona, a quien nadie conoce, le espetó que la tirara, y él no quiso.
Se agacha, terminado su desayuno, se ata las zapatillas de deporte, se ciñe el cinturón y se echa al hombro una mochila que nunca se termina de romper.
Anoche hablaron, esa persona y él. Pasó un poco de miedo.
Echa mano a las llaves, mientras cierra llama al ascensor.
Hay pasos que nadie ha dado. Camino a su destino, hay caminos que no ha recorrido nadie.
Hay itinerarios cuyo esbozo le ha sido susurrado en sueños, y aún no sabe si existen.
La persona que nadie conoce quizá lo tome de la mano esta noche, o la noche que viene, y le lleve por ellos.
Él teme, porque podría gustarle, pero sonríe, porque podría gustarle.
El aire de hoy es frío y seco y no promete nada. Él no necesita más promesas de nadie. Las manos a los bolsillos, qué frío hace hoy.
La voz que nadie ha oído dice algo y él ríe. Alguien pasa a su lado y su risa le suena extraña. Como si fuera la risa de alguien que no es él. Como si sus pasos los diera alguien que no es él.
Se pierde en la multitud que se abalanza al metro, como entrando en unas fauces enormes, devorado por el mismo suelo, él y el otro él.
Se pierde de vista, quizá hoy vaya por un camino nuevo.
Hoy por la mañana no tenía miedo.
Es normal. Va con alguien a quien nadie conoce.

viernes, enero 07, 2005

Episodio VI

En el que, cortada su fuente de energía, el narrador se desploma inerte.

Puede que no sea capaz de terminar este relato, pero este es un sueño que sé que tendré que realizar, cuando mi mano guíe una nueva revolución como si esta fuera una riada de hombres.
Clamarán.
Clamarán mi nombre, todos ellos.

"Ténganlo en cuenta, quienes esperen una explicación o un desagravio, quienes busquen excusas, o quienes hayan venido a conocer respuestas, harán bien en buscar en otro sitio.
Aquí sólo nos queda odio para darles, no vengan aquí quienes necesitan ser consolados.
De aquí el consuelo se fue hace tiempo, arrastrado por el hedor, como bocanadas de un humo leve y dulce.

Os enseñaríamos las viejas fotografías, abriríamos el telón que cubre las escenas que hemos custodiado. En este lugar se guarda toda la negrura de nuestra raza, sed conscientes de eso. Este es el museo al que vienen los jenízaros a rezar, aquí acuden los recolectores de cabezas para que el corazón no les duela cuando aplastan y quiebran las raíces del mundo, cuando entran al asalto en colegios y hospitales.

Necesitamos un recordatorio permanente, un pozo al que asomarnos cuando el mundo nos mienta, para no sucumbir al espejismo que constituye la alegría. Comprendemos la innecesidad del engaño que suponen las cosas bellas. Esa es la función de este templo, este monumento al hombre que hemos erigido, que vamos erigiendo cada día. Esa es la sagrada función de esta obra.
Este museo guarda los momentos más bajos, los crímenes más atroces. Asomaos, vedlo, pero no lo conteis. Dejad que otros vengan y se asomen, y vean. Dejad que lloren otros"

Así reza la placa de bronce, a los pies de una enorme sección de viga, amputada y acarreada hasta este punto, a hombros de europeos y europeas que fueron engullidos por la hueste.
Esa es la inscripción que leen todos aquellos que se dirigen a peregrinar al Museo, también denominado el Lugar.
El sitio que algunos creen que debe demolerse, y que cada año resulta ampliado. El único monumento dedicado al odio de la historia del hombre.

Una poderosa imagen visual, el Museo es un collage fruto de innumerables edificios que han sido traídos aquí escombro a escombro, demolidos en su lugar de origen y luego transportados aquí, como trozos de muertos, para ser reestructurados e incorporados al Museo, paredes de cristal fracturado fundiéndose sin transición con sillares que tienen doce siglos de antigüedad, torres inclinadas, tupidos entramados de acero inoxidable, cupulas, frescos, el Museo transmite exactamente el mensaje que pretende transmitir.

En su interior aguarda el horror. Igual que su aspecto no es sino el amontonamiento de trofeos obtenidos por todo el mundo tras la revolución, su interior es el conjunto de atrocidades en nombre de dicha revolución, mostrados sin reparo y sin orgullo en una sucesión inacabable de holovideos, fotografías, videos antiguos, grabados, testimonios orales y escritos, maquetas y objetos diversos, que dan una idea de la magnitud de la cruzada, así como de su crueldad.

Es justamente la crueldad y el odio, como ya he dicho, lo que mueve y vertebra toda esta muestra. A diferencia de los museos pre-cruzada, en los que la violencia y la muerte eran tratados como males a evitar, el Museo los enfoca como cualidades inherentes a la experiencia humana. De hecho, la idea que se aprecia en todas las salas de la exposición es un cierto talante didáctico, que pretende mostrar la necesidad de tales cosas, en última instancia, el Museo pretende ser una justificación del hombre, una reconciliación del hombre consigo.

En el corazón del Museo yace el dolor humano, y nunca mengua, sólo crece y crece, latiendo sobre una gran explanada de mármol y granito, entre charcos y cráteres de bombas, entre mendigos y soldados de rodillas bajo la niebla y la lluvia, entre nosotros, vivo como el más vivo de los seres.

Ese es el sueño. Aquí ha de terminar este relato.
Discúlpenme quienes esperaban una explicación o una excusa.
De verdad que lo siento.


jueves, enero 06, 2005

Episodio V

En el que el narrador se convierte en transmisor de una tradición oral venida del futuro.

La última etapa de la globalización se llamó Minuendo.
(Y era su lengua una maza de hierro al rojo vivo, y a su paso las ciudades se alzaban y se colmaban de llagas los cuerpos de los hombres)
Minuendo fue todo lo que quedó de ella, cuando Europa cruzó la línea que no debía cruzarse. Acosada de todos los achaques de una potencia vieja, desprovista de fronteras estrechas y defendibles y desprovista de pujantes generaciones nuevas, Europa contempló de nuevo el arma que en el pasado la hizo, si no grande, sí al menos más temible.
(Y era su manto un muro de cemento, su voz un rugido que ensordecía a los pueblos)
Cuando Europa quedó sola, cuando todos los países de su periferia vieron que podían coger algún pedazo del botín, Europa no quiso caer sin luchar, provista de la tozudez de los ancianos, recurrió a la única salvación posible. Se construyó un caparazón, un fortín inexpugnable, una muralla que nada ni nadie pudiera rebasar. Antes que morir prefirió encarcelarse.
(Y eran su condena una ceguera y una sordera inadmisibles, un silencio demencial llenaba la prisión de Europa)
Así fue que Europa se encerró a sí misma. Los europeos creían escapar a un lugar donde no podían ser tocados, anhelando dormir allí una muerte en vida, detener la historia en aquel último ascenso desesperado, y sostenerse allí, ingrávidos sobre la realidad.
(Y eran sus alas como hojas de espada que segaban las vidas de los niños, su vuelo un viento de violencia y de muerte)
La deuda quedó de ese modo olvidada, el mundo quedó de este modo escindido, e incluso entre los propios europeos hubo alguno que levantó la voz y protestó, y reclamó que se detuviera la locura.
(Y no fueron sus manos las únicas manos que fueron cercenadas)

domingo, enero 02, 2005

Episodio IV

En el que el narrador prácticamente cae fulminado por la inaplacable ira de Dios.

Todos los malos de película dicen lo mismo.
Disparan al bueno, matan a su familia, le despojan de sus riquezas y de sus caballos. Salan sus campos y los destierran, les arrebatan todo y esperan que los héroes se rindan, que se resignen. Traicionan y apuñalan, conspiran y triunfan, y esperan que los frutos de sus malas acciones perduren para siempre.
Y cuando el héroe vuelve los malvados se preguntan por qué. Siempre se lo preguntan; los héroes vuelven siempre, una y otra vez, hasta que consiguen darle la vuelta a la partida.
Es, lo que vemos en nuestras películas, un reflejo moderno de los juicios de Dios de culturas típicamente medievales. La fe antigua en que quien dice la verdad, quien tiene la superioridad moral, es forzosamente el ganador de cualquier combate, porque Dios ha de darle fuerzas y empujarlo, y llevarlo a la victoria sin que importen las dificultades. Para quien tiene la verdad de su lado, nada es imposible.

Si aún tuviera mandíbula, trataría de explicarle eso a Diana, que se ha recostado contra la pared al final del pasillo. En lugar de eso, emito un gorgoteo prácticamente constante, ella no puede saber que trato de decirle eso que pienso.
No sé si está llorando, pero creo que ha soltado la pistola. Lo sabría si no se me hubieran llenado los ojos de sangre. Creo haber oído el metal de la pistola tocar el suelo, hace un rato, cuando me volví a levantar y ella gritó.
Puedo oírla respirar, sin embargo. Puedo oler, entrelazado con el olor de mi sangre y mi orina el olor de la pólvora de los disparos flotando en el pasillo. Cuanto me gustaría tener todavía una voz reconocible para poder hablar con Diana y contarle todo, para que esto no sea el drama casi silencioso en que se ha convertido, después de los primeros disparos y el frenesí del animal acorralado.
Me parece que algo ha comprendido, sin embargo. Ese, si es que está llorando, sería un buen motivo para justificar su llanto. Diana es el malo de otra película en la que el bueno no quiere morir, Diana es todos los malos de todas las películas del mundo. Diana, si queremos ponernos trágicos, es el mal encarnado. Y yo el bien.
Yo, la figura que deja un rastro de sangre a lo largo de su inapelable trayectoria homicida. Eso es el bien. Yo soy la némesis bamboleante de la justicia cósmica, yo soy el hombre muerto que sigue caminando. El bien toma las formas más absurdas.
Apoyo un brazo en la pared y me detengo. Estoy terriblemente cansado. Escucho mi propia respiración haciendo burbujas en la sangre que fluye a mis pulmones agujereados, latido a latido, anegando bronquios y alveolos. Seguir respirando. Seguir en pie. Seguir.

No pudo impedirme entrar porque llevo mucho tiempo esperando esto.

Me rehago, titubeo antes de dar otra zancada, cuarenta centímetros más cerca de Diana. Me quedan tres, cuatro pasos a lo sumo. Me pregunto si Diana se ha venido abajo definitivamente o bien en sus desesperación ha tenido otra idea, algún plan para librarse de mí y escapar.
Noto un leve roce húmedo contra mi clavícula, mi lengua, colgando al haberse perdido su soporte natural. Que aspecto más horrendo debo tener ahora.

Cuando oí los pasos de Diana volver a través del pasillo hacia el recibidor, no sabía que iba a suceder. No tenía idea de cómo reaccionaría, y me pilló totalmente desprevenido.
En retrospectiva quizá tendría que haber sabido de lo que era capaz.
La puerta del recibidor se abrió, al otro lado, el pasillo en penumbra, Diana con su bata y su pistola. Fui a decirle que no hiciera nada que pudiera lamentar, pero creo que no llegué a decir nada.

Estoy un paso más cerca de ella. Ahora, por encima de mis propios y repugnantes ruidos, oigo lo que murmura. Oigo lo que me dice, lo que se dice a sí misma. Constato que se rinde, que ha comprendido que no va a ganar. Lo que daría por poder hablar con ella ahora, y ser el bueno explicando al malo el fallo en su plan para dominar el mundo, el error de principiante que le ha costado un billón de dólares. Toso, el espasmo de mis pulmones envía sangre salpicando en todas direcciones.

Oí a Diana reír, victoriosa, liberando sus nervios. Y luego merodeó un rato por el recibidor y la cocina cercana, supongo que preguntándose que hacer con un cadáver. Me desangraba poco a poco, inconsciente, en estado de shock por el dolor. El dolor.

Ahora estoy aquí, después de ponerme en pie otra vez. Mi certidumbre de vencer. Su rostro al verme de pie en el pasillo, sus manos soltando de inmediato la fregona. Nada de sorpresa, sólo ira. El agente Smith enfadado porque míster Anderson no quiere morir. Y más balas.
Los recuerdos se mezclan, quizá la consecuencia de haber sufrido daños cerebrales, de ahí en adelante, no sé. Puede que me haya disparado cien veces. No lo recordaría. Su grito, al levantarme yo, un grito en el que cada vez hay más miedo y más furia. Puede que lleve siglos levantándome en lugar de morir, como ella quiere, ya no puedo saberlo.
Pero Diana ya no da más de sí. Me acerco a ella, cubro los últimos dos pasos en un tiempo posiblemente infinito. La oigo murmurando para si, una letanía o una nana de cuando era niña.
Cuando llego hasta ella, me arrodillo, no intenta alejarse, no hace falta mi explicación, ella entiende.
Cuando mis dedos se cierran sobre su garganta, casi creo notar que ella acomoda su cuello entre mis pulgares. Casi se relaja cuando mis índices se cruzan tras su nuca.Casi.

sábado, diciembre 11, 2004

Episodio III

En el que el narrador no da más que evasivas.

Sabe, o cree saber, que todo en el fondo tiene algún sentido, camina por estrechos corredores cubierto con poco menos que un harapo. Arrastran sus pies, arañan sus uñas demasiado crecidas el granito de los fosos que anegan acuíferos de profundidad insondable. Se detiene a la orilla del agua, donde los pesados sillares se hunden primero en el alga, luego en la negrura, y escucha el rumor de la máquina, abrevando recelosa, constante. A lo lejos reverberan secretas corrientes. El desconocido, el monje, el guardia, a veces se imagina que se zambulle y nada por el fétido mar subterráneo y sueña con que el concepto de final tiene sentido.
Sueña con que la eternidad no exista, después de todo.
Vive atormentado, inmerso. Vive en su mundo mudo, murmurando una jerigonza incomprensible, porque él nunca aprendió más idioma que el que habla la torre, su única lengua es la lengua que habla su fortín.
Es el lenguaje de los engranajes que se estremecen en los sótanos recónditos del laberinto, las barras que fajan y ciñen los muros y los arcos, el goteo del vaho que se condensa en inalcanzables superficies de cristal azulado, el rumor de los fanales cuya llama no se apaga jamás.
El eremita hace años que se inventó una historia para él mismo, y para los cadáveres que pueblan las galerías inferiores, las más secas, donde cree que cuando su hora llegue se recostará para expirar. A veces se pregunta si los cadáveres no son sino sus propios cuerpos, y él el fantasma de todos esos muertos precedentes.
Los lugareños juran y perjuran que no existe, cuando las autoridades acuden a husmear alertadas o curiosas. Por el pueblo han pasado innumerables arqueólogos, historiadores con baúles cargados de legajos. La mujer más anciana del lugar los ha recibido por decenas, en el umbral de su pequeña choza, sacudiendo la cabeza mirando en dirección a las negras almenas que se elevan entre la niebla que anida o nace a los pies de las inmensas torres.
El silencio cómplice de los pueblerinos que cada generación, entregan a uno de sus primogénitos a la máquina, para que el primogénito de la generación pasada lo críe y lo consuele. Esa es el precio que paga el pueblo
A veces el preso, el mudo que recorre con la mirada ápices basálticos, monumentales columnas de piedra, despierta sobresaltado, yace en un corredor desconocido, olvida por un momento dónde está, dónde cayó dormido.Y por un instante, un bendito segundo de ignorancia, se despierta libre.

jueves, diciembre 09, 2004

Episodio II

En el que el narrador quizá esté dispuesto a dar detalles, o quizá, quién sabe, a revelar algún nombre o dar alguna descripción, dato, seña o domicilio.

Ayer morí. Mañana, renacido, quizá emerja otra mirada de mis ojos, mis manos quizá podrán regalar caricias nuevas. Por hoy, por esta noche, seguiré siendo el mismo. Permaneceré hasta que amanezca, perdido en este mar de perfiles que fluyen, de telas que se desploman y amontonan, en esta tormenta de sábanas rasgadas.

Su luz y la otra luz, despojada la luna de su brillo. Yace vencida, los brazos desplegados, ahíta, completada. Vertidos el uno contra el otro, quizá forja la noche lazos mas fuertes que el acero colado, mis manos le dieron forma como magma candente, aquella noche. Esta noche, qué digo.

sábado, noviembre 27, 2004

Episodio I

En el que el narrador llega a casa un viernes a las 2330 sin mucho que decir.