miércoles, mayo 24, 2006

Episodio VIII

En el que el narrador prueba el sabor de su propia ética inenarrable.


Si no he de ser historia, escojo ser palabras.
Si no puedo ser una lección, he de ser sorpresa.
Si he de escoger un verbo, quiero ser Esculpir.


Esta mañana cogiste el cuaderno, el cuaderno que lleva en blanco desde que llegaste aquí. Cogiste ese cuaderno, y escribiste en él este crimen abyecto.
Tú, que de entre todos los estudiantes eres el que mejor usa la palabra. Tú que te has batido en duelo más veces que ninguno, con la mente como florete primero y único. Tú que eres la voz más prometedora de la academia, esta mañana escogiste la pluma y no la lengua para hablar.
Sabes, porque sino habrías ocultado mejor este mensaje, que tendré que contarlo. Sabes que con esto inicias un acalorado debate y atizas un fuego peligroso. Este papel que me dejas, este mensaje que me estás dando, sentencia tu expulsión de la Academia.

Mi mirada se desvía del folio. Las habitaciones de los aspirantes se hallan en pisos elevados, cuyas ventanas alcanzan casi hasta los dentados bordes de los acantilados nororientales. Hoy la bruma no se levantará en todo el día. Los censores tendrán dificultades hoy para prenderte y llevarte ante la decana. Pero darán contigo, si no por otro motivo, porque el único edificio de esta isla es la Academia, y no es una isla grande.


Tendré que contarlo, porque lo que está en juego es mi supervivencia. Pero creo que puedo contarlo más tarde. Así que, a cambio de estas tres breves frases, yo te hago un regalo incluso más valioso.

Te regalo tres horas.