martes, septiembre 19, 2006

Episodio XIII

En el que el narrador se debate pero no se zafa.

El sueño nunca es igual, pero paradójicamente es siempre el mismo.

Eso ha dicho el émpata. O la émpata.

Hace dos noches, por ejemplo, soñé que era un caudillo. Soñé una soledad inmensa que culminaba en una lanza de cristal que yo llevaba. Soñé que era un líder, general de un millar de combatientes, un millar de figuras de fibra de vidrio. Mi culminación y mi leyenda se fraguaban, recuerdo bien la cifra, en menos de treinta y cinco milisegundos. Era un guerrero de las líneas y los datos, soñaba, luchaba una guerra inaudible e inaudita.

Así lo interpretó el émpata, o la émpata, a la mañana siguiente. Lloramos amargamente durante todo un día.

También, hace semanas, soñé que tenía un velo, y en un templo se reunían acólitos cuyo número era finito pero secreto. Y en este templo yo era venerado, cubierto como estaba con un velo, la imagen sigue siendo nítida. No había sacerdotes de ninguna clase, sólo peregrinos que presentaban ofrendas en llamas, y algunos, temerarios, levantaban el velo que cubría el rostro de su dios. Y yo los mataba, los mataba a millares y mi risa llenaba la explanada. Pero seguían viniendo.

No se lo conté al émpata, pero él o ella lo notó, y no pronunció palabra hasta la tarde.

Hace unos meses soñé, nunca sé bien cuando pasan los sueños, pero creo que fue hace sólo unos meses. Soñé que había una mujer que yo no conocía. Soñé que soñaba con una mujer que yo no conocía, o quizá soñé que soñaba haber soñado con una mujer, insisto, a quien no conocía. Pero pienso, o pensaba, que este sueño era un lugar secreto y privado. Así que para proteger a la mujer en alguna de las posibles líneas temporales borré el resto del sueño de mi mente, salvo el nombre, y el rostro, el cual, ya digo, me era desconocido.

Pronuncié su nombre aquella mañana, nada más despertarme. No creo que sepa nunca si me oyeron, sospecho que sí.

Esta noche, el émpata no sabe esto todavía, soñé estar en esta misma habitación, quebrada y astillada mi lanza de cristal, cubierto mi rostro con un velo, en este edificio que convertiré en mi templo, junto a una mujer cuyo nombre es secreto, y ante mí había solamente un émpata. Un émpata interpuesto entre mi realidad y mi destino, sonreía en mi sueño, porque decía esas mismas palabras. Soñé tomar posesión de aquella realidad, también, negarlo no sirve a ningún fin, de aquella mujer. Embriagado, no supe bien que pasaba después, pero si sé con qué me había embriagado.
Con la sangre de un émpata, del mío.

Eso le diré al émpata en cuanto abra los ojos.
Quiero escucharlo, o escucharla, gritar.

1 Comments:

Blogger Miguel Ángel Araque Caballero said...

El último párrafo pierde un poco de fuerza. El resto es brillante.

2:06 a. m.  

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