domingo, octubre 15, 2006

Episodio XVI

En el que el narrador trenza un mensaje que nadie desconoce.

Lo que diga no tiene importancia alguna. Tiene importancia el cómo yo lo diga. Así son la métrica y el ritmo, existan o no, los que imprimen o arrebatan la relevancia al texto.

Si este párrafo no tiene ritmo cuando acabe de leerse, un cierto eco en la mente, una cierta inclinación en las ideas, entonces será un párrafo que habré desperdiciado.

Así, puedo decir que en la base del razonamiento no yace razonamiento alguno. Que en su cimentación no hay rastro de las elaboradas figuras que adornan su cima. Puedo decir que el razonamiento se transustancia en algún lugar que no me es posible definir, aunque lo haya intentado. Puedo decir todo eso y que no me entendáis, o que creáis no entenderme.

Puedo barajar las palabras y exponer esas frases sobre el tapete, lentamente, más lento no lo puedo hacer. Y cuando hayáis leído sé que levantaréis la mirada, porque siempre levantáis la mirada, y me diréis que habéis visto el truco. Pero no sabréis exactamente donde está. Me pediréis que lo repita. Puedo repetirlo. Tengo toda mi confianza puesta en que fracasaréis.

Este párrafo o ése, pensadlo, puede ser el párrafo que justifique todo el resto de la narración. No dejéis que se os escurra su significado, o será todo en vano. Igual que en la vida: Este instante puede ser el instante que justifica todos los demás instantes, como la clave de un arco. Concededle un segundo a esa idea, aunque sea una idea que no se parece al resto de ideas que habéis asimilado. No lo habéis hecho, pero no pasa nada. Os doy otra oportunidad para ignorarme, supongo que más adelante expresaré el concepto con mayor cuidado.

El relato, llamadlo como os plazca, ha nacido de la necesidad de expresar un fracaso. No un fracaso cualquiera, sino el definitivo. Se trata, al fin, de ver si sois capaces de asimilar la dimensión que tendría este fracaso, si contemplarais el final de la vida, igual que dentro de poco contemplaréis el final de este relato, y os dierais cuenta de que su significado, su historia o su mensaje, os han pasado del todo desapercibidos. Lo acabo de hacer otra vez, creo que esta vez tampoco lo habéis visto. Lo cual es una pena por partida doble, porque asistíais al último párrafo propiamente dicho de esta historia.

La cual, como la vida, termina de manera inesperada. Pero está completa, su misión cumplida.

No importa si no habéis entendido, importa que lo he tratado de decir.

Y en esto se parece también un poco a la vida.